Estaba en la anodina ciudad de Aurora, en las afueras de Denver, la capital de Colorado, un estado del centro-oeste que aloja las Montañas Rocosas y donde las mayores actividades al aire libre son la caza y la pesca. Me había enviado AFP para cubrir el tiroteo y llegué en la mañana del viernes 20 de julio, 10 horas después del ataque. La ciudad parecía desierta, no sé si por efecto de la tragedia o porque estos suburbios gringos no suelen ser muy vitales, menos bajo 40 grados a la sombra. Muy pocos autos tenían que ser desviados de la avenida que pasa frente al cine, clausurado en un cordón policial que tomaba una manzana. En el estacionamiento, cientos de periodistas habían montado campamento y, bajo toldos de campaña, ya estaban transmitiendo hacía horas.
31 de julio de 2012
El Guasón de Colorado*
Estaba en la anodina ciudad de Aurora, en las afueras de Denver, la capital de Colorado, un estado del centro-oeste que aloja las Montañas Rocosas y donde las mayores actividades al aire libre son la caza y la pesca. Me había enviado AFP para cubrir el tiroteo y llegué en la mañana del viernes 20 de julio, 10 horas después del ataque. La ciudad parecía desierta, no sé si por efecto de la tragedia o porque estos suburbios gringos no suelen ser muy vitales, menos bajo 40 grados a la sombra. Muy pocos autos tenían que ser desviados de la avenida que pasa frente al cine, clausurado en un cordón policial que tomaba una manzana. En el estacionamiento, cientos de periodistas habían montado campamento y, bajo toldos de campaña, ya estaban transmitiendo hacía horas.
16 de julio de 2012
“¿Quieres tener hijos?”
“¿Quieres
tener hijos?”. Pum. Así nomás. La pregunta vino justo después de “mucho gusto”,
de parte de un tipo que definitivamente no quería perder el tiempo conmigo.
Ahí estaba yo, pues, de golpe, relatándole los quehaceres de mi fecundidad
a un desconocido. Lo conocí en un sitio de citas online. Nos reunimos a
desayunar. (A los gringos les encanta conducir 40 minutos y pagar 20 dólares por
un par de huevos revueltos con tocino y pan tostado.) Cuando llegué, él ya
estaba sentado. Era músico, como todo el mundo en Los Ángeles. Buen lector, con
pensamiento científico y sentido del humor. Mi mente iba haciendo check, check,
check. Pero cuando se puso de pie, resultó ser un gigante. No un tipo alto
cualquiera: un Gigante de más de dos metros. Un hombre que habrían quemado en
la Edad Media; que sembraría el terror en Perú. Podía matarme con una sola mano
sin ningún esfuerzo. Y yo no quiero salir con alguien que puede matarme con una
sola mano y sin esfuerzo. Me gustaría que le costara al menos un par de horas.
5 de julio de 2012
El collar de cuentas

Un jueves 7 de agosto apareció, en el
rancho de los Sánchez, un hueco. Había surgido en medio de la sala y
tenía un diámetro no mayor al de una mesa para seis personas. Por suerte la
casa era espaciosa, aunque no lujosa, lo que les permitió adoptar el
hueco como parte de la familia.
El hueco era negro y parecía muy profundo. Tanto que la familia Sánchez vio, al fondo,
pequeños puntos de luz que parecían estrellas. Era tan perfectamente circular que ninguno se explicaba cómo podía haberse recortado, como con
la precisión de una segueta, el cemento crudo del suelo y lo que antes había
debajo. En el techo también había aparecido otro hueco, justo arriba del hueco del piso y del mismo tamaño. La familia no escuchó nada durante
la noche, todos tenían el sueño muy pesado.
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