
Por suerte la conversa siguió derivando hacia la literatura en general, donde pude empezar a aportar alguna cosa, como el clásico “¡ah, sí, yo lo leí!”, que dije un par de veces gloriosamente como si me fueran a premiar por eso.
En casos así siempre es útil apelar al kit de inteligencia urgente. ¿Qué hace uno cuando se enfrenta a una de esas situaciones sociales donde es necesario pretender una perspicacia o una cultura que no se tiene?
El kit de inteligencia urgente recomienda escuchar y asentir con aire de superioridad. Las personas tienen tal necesidad de hablar, que las pocas veces que se encuentran con una que escucha, sentencian: “es alguien muy perspicaz”. O acaso hay quien no se haya puesto nervioso ante un interlocutor muy callado y que apenas asiente con media sonrisa.
También es recomendable anunciar que uno no ve otra cosa que películas iraníes, afirmando que son las únicas pasables. Como nadie conoce el cine iraní, está garantizado que el otro no indagará más sobre el tema. Y hablando de cine, se vale desprestigiar a autores prestigiosos: Kurosawa se repite y Kusturica es una desilusión.
Lo mismo con otras artes: ante una pintura que no nos dice nada se puede comentar la grácil pincelada del autor y, ante un libro o un artículo incomprensible, el comentario de rigor será “tiene buenas intenciones, pero no demuestra el punto”. Por supuesto, no importa qué punto.
Por último hay que seguirle la corriente a los demás: a la gente le gusta expresar sus opiniones, de modo que estar de acuerdo siempre será percibido como de gran atino. Las conversaciones de mi padre, por ejemplo, en lugar de diálogos, son manifestaciones en voz alta de su fluir psíquico. Y casualmente a él todo el mundo le parece simpático e inteligente. Sin embargo, nunca he logrado convencerlo de que esa impresión se debe a que jamás alcanza a saber qué piensa el otro, si todos le siguen la corriente porque no tienen chance de manifestarse.
Pero el kit no siempre funciona. Por ejemplo, durante aquella conversación entre músicos, uno de mis amigos mencionó a un escritor que trabajaba en una novela. El otro, un productor musical, dijo:
–¿Te imaginas el laburo que da escribir una novela? ¡Es como componer una canción que dure tres años!
Y yo quedé paralizada ante tan esplendorosa metáfora. Porque, lamentándolo mucho, cuando uno se encuentra con una manifestación tan vívida de lucidez, el kit de inteligencia urgente no sirve para nada.