
26 de diciembre de 2008
Los ahorradores compulsivos

12 de diciembre de 2008
Un ejército de mujeres cobardes

Hablo sólo de las que especulan con la posibilidad de una vida distinta y de un marido distinto, las infelices, las abandonadas de sí mismas. Desde que me divorcié se me ha hecho fácil reconocerlas. Al escuchar mi relato musitan, con un sospechoso énfasis: “Qué valiente que sos”. La primera vez que me dijeron eso recordé las veces que yo misma lo había dicho antes. Cuando charlaba con mujeres que habían decidido separarse las envidiaba un poco, con la extasiada admiración de una quinceañera de pueblo ante una exitosa artista neoyorquina. Ahora, cuando escucho ese resignado y tristísimo “qué valiente que sos”, las veo ahogarse en su miedo, sumergiéndose en alguna fantasía secreta, invisible incluso para ellas, inalcanzable, tan lejana como una película. Si uno les pregunta cómo están y las mira a los ojos prestando atención a las imágenes que se dibujan en sus pupilas, liberan un llanto tan imprevisto e invasivo como un estornudo.
Se sacrifican. Primero por los hijos, luego ya no saben por qué. Porque les da pereza separarse o porque es demasiado removedor. Luego de haber concentrado su esencia en los hijos y el esposo, creen que al irse perderán las referencias que las definen como persona. Son muchas, son un ejército de mujeres acobardadas que asumen lo que tienen como un mandato inapelable. Como si la búsqueda de la propia felicidad fuera un acto de egoísmo injustificado. O como si el marido fuera la única alternativa a quedar en la calle. Vamos, mujer. El divorcio, como los niños, viene con un pan bajo el brazo.
5 de diciembre de 2008
Lamentablemente estamos bien

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Gracias por no descuartizarme

Gracias a ese infierno íntimo que significa el sentimiento de culpa es que no cometemos tantas atrocidades como quisiéramos. La culpa garantiza nuestra convivencia. Se encarga de que no andemos por ahí descuartizando idiotas, coleccionando amantes o matando a los perros de los vecinos.
28 de noviembre de 2008
Los guardianes de las palabras

Es así como la batalla actual se dirime en el campo de la palabra, ya no tanto del honor o la moral. Los homosexuales reclaman el derecho a utilizar los sustantivos y adjetivos que les vengan en gana (matrimonio, familia, conyugal…), mientras el bando contrario se atrinchera celosamente con su regimiento de vocablos, argumentando un supuesto título de propiedad que le confieren la religión y la tradición.
Las palabras son peligrosas: crean realidades, no se debe despreciar su poder. Por eso esta nueva clase de "conservadores derrotados” son posesivos con los adjetivos y sustantivos con que se definieron hasta ahora: porque intuyen que cuando pierdan la batalla de la palabra, habrán perdido la guerra para siempre.
21 de noviembre de 2008
Miedo a volar

13 de noviembre de 2008
Los repelentes de adolescentes
7 de noviembre de 2008
Las siestas histéricas

Me despierto a diario blasfemando y jurando por mil demonios que algún día dormiré dos días seguidos. Mientras me ducho en la mañana saco la cuenta de cuántas horas dormí y, de acuerdo al resultado, decido el humor que tendré. Y si paso un rato por casa entre una actividad y otra me acuesto diez o quince minutos, lo que puede totalizar tres o cuatro mini-siestas por día.
31 de octubre de 2008
Kit de inteligencia urgente

Por suerte la conversa siguió derivando hacia la literatura en general, donde pude empezar a aportar alguna cosa, como el clásico “¡ah, sí, yo lo leí!”, que dije un par de veces gloriosamente como si me fueran a premiar por eso.
En casos así siempre es útil apelar al kit de inteligencia urgente. ¿Qué hace uno cuando se enfrenta a una de esas situaciones sociales donde es necesario pretender una perspicacia o una cultura que no se tiene?
El kit de inteligencia urgente recomienda escuchar y asentir con aire de superioridad. Las personas tienen tal necesidad de hablar, que las pocas veces que se encuentran con una que escucha, sentencian: “es alguien muy perspicaz”. O acaso hay quien no se haya puesto nervioso ante un interlocutor muy callado y que apenas asiente con media sonrisa.
También es recomendable anunciar que uno no ve otra cosa que películas iraníes, afirmando que son las únicas pasables. Como nadie conoce el cine iraní, está garantizado que el otro no indagará más sobre el tema. Y hablando de cine, se vale desprestigiar a autores prestigiosos: Kurosawa se repite y Kusturica es una desilusión.
Lo mismo con otras artes: ante una pintura que no nos dice nada se puede comentar la grácil pincelada del autor y, ante un libro o un artículo incomprensible, el comentario de rigor será “tiene buenas intenciones, pero no demuestra el punto”. Por supuesto, no importa qué punto.
Por último hay que seguirle la corriente a los demás: a la gente le gusta expresar sus opiniones, de modo que estar de acuerdo siempre será percibido como de gran atino. Las conversaciones de mi padre, por ejemplo, en lugar de diálogos, son manifestaciones en voz alta de su fluir psíquico. Y casualmente a él todo el mundo le parece simpático e inteligente. Sin embargo, nunca he logrado convencerlo de que esa impresión se debe a que jamás alcanza a saber qué piensa el otro, si todos le siguen la corriente porque no tienen chance de manifestarse.
Pero el kit no siempre funciona. Por ejemplo, durante aquella conversación entre músicos, uno de mis amigos mencionó a un escritor que trabajaba en una novela. El otro, un productor musical, dijo:
–¿Te imaginas el laburo que da escribir una novela? ¡Es como componer una canción que dure tres años!
Y yo quedé paralizada ante tan esplendorosa metáfora. Porque, lamentándolo mucho, cuando uno se encuentra con una manifestación tan vívida de lucidez, el kit de inteligencia urgente no sirve para nada.
24 de octubre de 2008
Adct al pulgr

Lo hago en la parada, en la sala de espera, mientras miro tele, incluso al hablar por teléfono. Cuando debo llenar un espacio, una incomodidad. Si no sé qué hacer con las manos, no tengo bolsillos, estoy en una fiesta y me quedé sola. Entonces me viene la comezón en los dedos. Me armo con mi celular y mis pulgares se ponen a escribir un mensaje de texto.
10 de octubre de 2008
La esplendorosa moda de la crisis
La moda en los últimos años ha estado marcada por el maximalismo, la superornamentación de oropel. Los estampados se acentúan con piedras, lentejuelas, espejitos, encajes, brillantina. Lo que ya es excesivo es además customizado con pins y peluchitos que cuelgan. El plateado, el dorado y el charol se usan de día, el strass se aplica a las chancletas y a la ropa deportiva. Todo transmite brillo y abundancia: prendas que resplandecen, imitaciones de piel de leopardo, pendientes grandes, maquillajes perlados, accesorios kitsch, materiales bruñidos. La ropa se lleva en capas a la vista: la camiseta sobre la polera de manga larga; el saco más corto que el suéter; la falda arriba del legging. Se trata de mostrar sumas, incorporaciones, añadiduras.
Este barroquismo no podía ser sino la señal de una inflexión. En un momento en que la economía global entra en una profunda y duradera crisis financiera, ver tanto brillo fatuo me inspira una tierna compasión. Es como si las sociedades opulentas hicieran un último esfuerzo por pretender que nada ha cambiado; ni va a cambiar. Como la mujer golpeada que disimula un moretón y esquiva la mirada para abordar de inmediato cualquier argumento frívolo. O como el hijo becado que sufre tremendamente en el extranjero pero que cuando habla por teléfono con sus padres exhibe una alegría extrema, escupiendo risas repentinas y fuera de lugar que no convencen a nadie.
(Publiqué esta entrada a principios de mes en mi otro blog, antes del derrumbe el 15 de septiembre del banco de inversiones Lehman Brothers, que arrastró en su caída al sistema financiero mundial. Por la horrorosa y presagiadora vigencia de la nota, decidí repetirla aquí).
3 de octubre de 2008
¿A quién le gustan los domingos?
Los anfitriones compran la carne, el chorizo, los panes, la lechuga. Van poniendo la leña y entonces llega el tropel: hijos con esposas, hijas con novios, la soltera a la que le preguntarán si hubo avances, los nietos, los primos de los nietos, en fin, todo el amasijo genético reunido en un culto al domingo dedicado a la cacería grupal de choriz dulces o saladas.
19 de septiembre de 2008
En busca de la nevera* perdida

Pero aún a pesar de esa dramática situación soy adicta a abrir la nevera. Cada tres minutos. Durante una conversación, como un tic, por aburrimiento, por nerviosismo, por vaya a saber qué megalómana expectativa gastronómica. Indagar compulsiva e inútilmente su contenido debe ser uno de los menos estudiados reflejos de la vida moderna. Tan ilógico como el de quien revisa mail y, como no recibió ninguno, inmediatamente vuelve a revisar.
11 de septiembre de 2008
Autoestima encapsulada para mujeres

29 de agosto de 2008
Los cazadores-recolectores de escotes

No importa de quién sea el escote, si de una hiperdesarrollada niña de 14 años o de una mujer entrada en años y kilos que no tendría ningún atractivo para un joven de 20, si no fuera por esa hondonada. Me refiero a la hondonada que se insinúa en la frontera entre ambas glándulas y cuya sombra es objeto de una observación sistemática, persistente, inconducente y obsesiva.
8 de agosto de 2008
Los turistas de supermercados

Repito: los he visto. Vivo cerca de un supermercado muy grande, diríase bonito –siguiendo el concepto estético de estos insólitos adictos–, espacioso y lleno de productos rarísimos –para ellos– como queso de cabra, salmón ahumado y tacos mexicanos. Y allí abundan estos visitantes de feria moderna, deseosos de darse un baño de gran ciudad antes de volver al barrio a hacer las compras en su clásico almacén.
Los descubro mientras zigzagueo a toda velocidad con mi carrito, atropellando viejitos y niños. Son parejas que van despacio, sin carro, tomadas de la mano y mirando el contenido de los estantes como quien observa la arquitectura de Venecia. O familias (¡familias!) que circulan con lentitud comentando los precios de los electrodomésticos y de las pantuflas mientras llevan, a lo sumo, 100 gr de manteca en la mano.
A pesar de mi experticia haciendo slalon entre estos visitantes molestos, a veces tengo que parar el carrito para dejarlos pasar. Entonces todo ocurre en cámara lenta a mi alrededor mientras yo sigo viviendo en tiempo real. No perciben mi prisa, no se dan cuenta de que estoy allí por un motivo. Apenas me esquivan como si yo fuera un poste y no el Demonio de Tasmania haciendo las compras.
Quién hubiera dicho, cuando se instalaron los primeros supermercados grandes en Montevideo y tanta gente protestó en defensa del almacén de barrio y del paisito, que estos intrusos elefantiásicos se transformarían con el tiempo en museos de comida donde la gente acudiría a sacudirse la modorra en las tardes invernales. Ahora hay que redoblar la apuesta: que venga Disney. Que por favor se instale Disney al lado de casa y entretenga a estos turistas que copan las cajas, obligándome a hacer eternas colas tras parejitas que compran manteca como souvenir de sus excitantes paseos vespertinos.
1 de agosto de 2008
Esa obsesiva economía del tiempo

Vista desde afuera parezco una tipa ahí, normal. Pero soy una tipa que piensa frenéticamente que no debió dormir ese minuto extra, o que no debió volver a casa al recordar que dejó una luz prendida, o que la culpa de todo la tuvo esa última revisión de email. A veces, mientras lavo los platos, pienso: si pierdo el ómnibus luego –aunque piense salir de casa varias horas después– seguramente será por esta jabonosa pesadilla diaria.
–Si seguís así, vas a terminar saliendo en pijama a la calle y pensando en la parada qué fue lo que soñaste de más–, me dijo Oli.
Es cierto. Esa obsesiva economía del tiempo es la que me hace suponer con ingenuidad que ahorro milisegundos si, por ejemplo, cruzo la calle en diagonal, hablo por teléfono cuando barro la casa, me peino en el ascensor o me cepillo los dientes mientras pongo el despertador.
Es curioso que en una ciudad apacible como Montevideo, que por su escala humana nos regala tanto tiempo libre, sus habitantes llenemos las horas sobrantes con frenéticas actividades, para acabar más estresados que un corredor de bolsa de Wall Street. Conozco mucha gente que estudia, acude a un trabajo, almuerza con un amigo, va a su segundo trabajo, lleva a sus hijos al parque, todavía puede asistir a una asamblea y encima hace sociales de noche.
Las grandes marcas hace años se percataron de que la gente necesita ahorrar más tiempo que dinero. El lavarropas promete economizar tiempo y energía, los bancos invitan a ahorrar tiempo con la banca online, las revistas aconsejan cómo ahorrar tiempo en las compras, y las innovaciones tecnológicas se tratan, en su esencia, de lo mismo: mire tele en el auto, hable por teléfono mientras descarga música, grabe un video y mándelo por internet con un solo clic.
Terminamos como el conejo de Alicia en el País de las Maravillas, que corría diciendo tengo prisa tengo prisa y nunca se sabía adónde iba. La culpa la tienen las ciudades: mientras antes los humanos teníamos una relación agrícola con el tiempo, que entonces era circular por su sucederse de lunas, mareas y estaciones, ahora pasamos a verlo como una línea con principio y final.
Y como avanzamos hacia el fin de esa línea, lo mejor es atesorar cada punto. Aunque a uno le toque sufrir de vez en cuando la avidez temporal de los demás. Como me pasó hace poco, cuando recibía las salpicaduras de las densas uñas de una mujer que viajaba a mi lado en el ómnibus y que también economizaba su tiempo armada con su cortauñas.
25 de julio de 2008
Los que viajan separados están majaretas

17 de julio de 2008
Sexo en invierno, una rara experiencia evolutiva

–¿Cómo se hace para ser sensual con esta cosa?–, pregunté.
–En invierno no se es sensual, mijita, olvidáte.
4 de julio de 2008
La vergüenza altruista

No tenía idea de quién era. Hurgué en el pasado, como quien hojea un libro a toda prisa, en busca de algún indicio sobre la identidad de esta tipa que me había abordado con tan humillante cariño.
27 de junio de 2008
Fui víctima de la autoayuda

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